sábado, 5 de marzo de 2016

CLÁSICOS


Ayer mientras abría mi paraguas plegable al caer unas gotas, empecé a pensar en lo curioso de la naturaleza de los paraguas.

El paraguas es ese objeto que tiene unas propiedades bien definidas y demostrables. En primer lugar, están los paraguas plegables, aparentes ganadores de una posible ley de selección natural paraguística. Todos y cada uno de nosotros, hemos tenido una buena retahíla de paraguas plegables que se han roto después de unos cuantos usos o se han perdido en bares, clases, casas, etc. En mi caso, ése número oscila entre los 30 y 40. Por eso, ya hace algunos años decidí que ya era suficiente y que iba a cambiarme al otro, al paraguas grande, al que te cobija y realiza su función de parar-el-agua.

Los paraguas grandes, en efecto, son bastante aparatosos y si no llueve, parece que vayas a hacer una excursión a la montaña, pero… ¿y si llueve? ¿Lo protegida que te encuentras en esa pequeña cueva que se abre y que soporta todo tipo de ráfagas de viento? Si bien eso es cierto, eso no evita a que continuemos olvidándolos de nuevos en sitios variopintos y su ausencia sea notada al día siguiente.

Por otro lado, un paraguas es algo que viene de otro siglo -o siglos- atrás y tiene un carácter marcadamente romántico. ¿Cuantas fotos habremos visto de una pareja besándose debajo de un paraguas; un paraguas abandonado en una estación de tren o Mari Poppins surcando los cielos, por ejemplo?. Eso sí, aquí si que resulta estrictamente necesario que sea un paraguas grande, el que crea la cueva y protege a dos personas, por lo menos. Un paraguas colgado al brazo da un aire de jugador de esgrima, elegante, serio, inteligente. Casi casi, me atrevería a decir que es un objeto estético, como lo pueden ser ahora las gafas de pasta –cosa que nunca entenderé, desde el punto de vista de una ex-miope o miope-operada-.

En cualquier caso, a pesar del marcado carácter estético de un paraguas, tengo la sensación que aunque sea un modo rudimentario de guarecernos de la lluvia, creo que todavía no se ha inventado la tecnología que nos proteja del mismo modo que lo hace un paraguas. Si, ha habido intentos -veánse los chubasqueros y los goretex-, pero allí no se crea un ambiente de protección, de hogar pasajero; sino que evitas que la lluvia moje tus ropajes, que es algo bastante diferente. Y no me meto en este tema, pero lo mismo podría decir de su primo-hermano, la sombrilla o parasol.

En mi caso, en este momento, poseo dos paraguas. El primero, plegable con dibujos de alces, lo compré en una tienda des recuerdos de Estocolmo el otoño pasado y creo que le quedan tres o cuatro usos. El pobre no soportó la primera racha de viento que le dio de pleno y tiene al menos dos varillas rotas. Sin embargo, si la lluvia no es muy fuerte, guarece y protege. Así que lo llevo conmigo en el bolso por si cae chiribiri. El segundo, es un maravilloso paraguas XXXL de colorines varios que mi amiga MCarmen –un beso desde aquí- me regaló traído directamente de los Países Bajos –donde llueve, llueve y llueve-. Ese paraguas suele dormir en mi despacho por si un día me pilla desprevenida la lluvia y he olvidado de coger el otro, el plegable.

Por el momento, no me suelo mojar demasiado. Eso sí, los días de sol, los paraguas y yo, respiramos con alivio.

2 comentarios:

  1. Creo que este va a ser mi último comentario aquí. Porque eres una renegada de la miopía, por eso. Con lo chulas que son las gafas... Creo que si me levantase un día viendo bien, me compraría unas sin graduación. Nada, que partimos peras.

    Pero antes dos historias de paraguaas.

    Hace unos años, una hermosa mujer me regalo parte de su tiempo y algo de su amor. Una vez fui a su casa, llovía. Cuando me fui al día siguiente lucía el sol y me dejé olvidado el paraguas. Pocos días después consideró oportuno darme el finiquito. Lo que no me dio es el paraguas. Era amarillo mostaza, precioso. Creo que lo echo de menos más que a ella.

    Segunda historia. A principio de curso fui a trabajar un día de lluvia. Llevé mi paraguas rojo. Al salir, no estaba. Alguien se lo había llevado confundido con el suyo, que estaba allí, rojo también. Al día siguiente lo comenté y una compañera me dijo esto: "Ah, sí, me lo llevé, yo, gracias por devolver el mío. Pero verás, el tuyo se rompió". Y cogió su paraguas rojo y yo me quedé con cara... de gilipollas.

    Ahora sólo tengo uno. Es azul. Bueno, en el coche tengo otro. Me lo regaló Peugeot un día que me presentaron una factura que tardaría tres semanas de trabajo en pagar.

    ResponderEliminar
  2. Atticus: Hombre, ¡no te ofendas por lo de las gafas! ¿Y la sensación de saber cómo eres sin gafas tras muchos años de convivencia contigo misma?

    Historias agridulces (dulceagrias, por ese órden) las tuyas. Pero, por lo que veo, se podría escribir un libro con microhistorias sobre paraguas. Estoy segura que todo el mundo tiene alguna que contar.

    No le cojas demasiado apego a tu paraguas Peugeot, los paraguas se saben cuando vienen, pero no cuando se van.

    ResponderEliminar