miércoles, 25 de noviembre de 2015

PLACER PARLOTEANTE



Hablar varios idiomas es maravilloso. Una puede pasarlo mal al principio cuando la lengua no se coordina con el cerebro, cuando no sabes decir algo ni siquiera dando un rodeo, cuando comprendes pero no hablas… Pero cuando tu cerebro hace click, ese momento en el que de pronto, sin saber muy cómo, empiezas a chapurrear fluidamente –no sin estar exenta de errores tanto gramaticales como de fonética, faltaría más- y eres capaz de entenderte con cualquier persona que se cruce en tu camino en esa lengua que ya has adoptado... ese momento no tiene precio.

En mi caso, además del castellano -mi lengua materna, ésa en la que me expreso de manera infinitamente más precisa que en ninguna otra- tengo la fortuna de hablar, entender y escribir tres lenguas más con mayor o menor acierto: el catalán, el inglés y el francés –fruto, entre otras cosas, de mis trocitos de vida en Barcelona, Davis y París-. A lo largo de mi día, tanto en mi vida laboral como personal, he conseguido saltar de un idioma a otro automáticamente, muchas veces sin percatarme. Y eso, señores, es una de los tesoros más valiosos que poseo. Me emociono al dar clases a mis alumnos en francés y escuchar la sonoridad de esa lengua de mis sueños; me encanta conocer a alguien nuevo en el trabajo y comenzar a hablar en inglés, sabiendo que te van a entender, como si fuera lo más natural del mundo; adoro tener largas conversaciones por teléfono en un catalán que cada vez se mezcla más con el francés, pero que aún sobrevive como puede y cómo no, me rechifla poder encontrar exactamente la palabra exacta que describe exactamente lo que pienso en castellano.

Cuando pienso en todas las puertas que hablar lenguas me ha abierto, a cuanta gente me he podido acercar, cuanta cultura -literatura, música, películas- me hubiera pasado al lado sin tener acceso a ella, cuantos momentos inolvidables no se hubieran dado sin haber hecho este pequeño esfuerzo –que ni siquiera merece llamarse así, porque la recompensa es tal, que ni se nota-, sólo puedo agradecer infinitamente esa insistencia educativa regalada por mis padres.

Está claro que ahí fuera hay una enormidad de idiomas que nos esperan a ser aprendidos, intentados o al menos, olisqueados alguna vez. Nuestra vida es limitada, en tiempo y capacidad de aprendizaje, pero si algo deberían tener claro las futuras generaciones es que el idioma es la llave que les hará llegar tan lejos como quieran.

2 comentarios:

  1. Me está viniendo a la cabeza una palabra francesa: ¿no llaman "barboter" a ese parlotear?

    Estoy por escribir un grosería tras haber leído tu post. Porque entre las bendiciones con las que Dios me ha obsequiado (es metáfora, temo ser más bien agnóstico) no está la idiomática. Hasta en el catalán del sur soy torpe, y eso que he vivido allí muchos años. Con el inglés me peleé media docena de cursos y años sin gran éxito (nivel Ana Botella bajuno). También estudié alemán en el Goethe: primero y último; me ganó la batalla y sólo recuerdo cómo se pide en un garito cerveza y salchicha. Eso sí, me sigue subyugando el francés, aunque la falta de uso lo oxida cada vez más. Pero cuando voy por allí noto que día a día es más flexible, que tengo que buscar menos en mi disco duro, que comprendo a los que me hablan (ése es mi gran problema idiomático: comprender, el linstening). Hace muchos años estuve quince días seguidos en Francia y una mañana me desperté inquieto: es que había soñado en francés; en ese momento supe que había hecho mío el idioma.

    Pero que sepas que te odio. Nada personal, me pasa con todos los que saben idiomas. Qué envidia.

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  2. Atticus: ¡Ja,ja,ja! Hombre, no me odies, que debería oír mi acento... De hecho, no me considero especialmente dotada para las lenguas, pero el hecho de haber vivido en varios países/regiones con otras lenguas me ha dado una recompensa gratis...

    Enhorabuena por tus sueños en francés, yo no estoy segura si he llegado a soñar en francés todavía... Y si, me solidarizo contigo con el alemán... Yo estudié también cuatro años en la Escuela Oficial de Idiomas, porque mi hermana mayor escogió alemán y yo tuve que hacer lo mismo... cuando a mí lo que me gustaba era el francés. Así que, efectivamente, llámalo tozudez, pero hoy día, en alemán puedo decir kartoffen y poco más y en cambio, el francés... pues deleitada todo el día por aquí... :)

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