lunes, 8 de junio de 2015

EMPACHO DE VIDA


Y una vez más, me vuelvo a maravillar con la absoluta perfección que los humanos alcanzamos en ciertos momentos puntuales de la vida. En efecto, he vuelto a ser tía, no una, no dos, sino tres veces. La novedad es que esta vez se trata de una niña, María. Aunque todavía no la conozco –esta vez me ha pillado en un congreso en Laussane-, ya he visto un retrato de esa carita de mofletes marcados, sus ojitos, sus deditos, su naricita… Y ya he vuelto a alucinar. Y ya sé que la quiero irremediablemente.

Somos fábricas de perfección. Somos capaces de manufacturar, macerar y traer a un mundo –si, algo caótico en este momento, pero lleno de cosas increíbles también- personajes tan minúsculos que ya tienen un club de fans desde su primer minuto –e incluso antes-. Poseemos el poder más impresionante de todos, el que de tanto verlo cotidianamente, ni nos inmutamos. Somos creadores de milagros –llorones al principio, pero milagros, al fin y al cabo-. De esos que –como me contaba ayer mi sobrino Leo- sale de la tripita, y pum, te trae un regalito.

María, bienvenida a esta familia que hará todo lo que esté en su mano para te encuentres a tus anchas, mejores condiciones no se me ocurren. Un beso suavecito, combinado con toneladas de amor desde aquí.


Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.

Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.

Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.

Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas 
y bendigo mi sexo.


Gioconda Belli, Y Dios me hizo mujer

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