jueves, 1 de mayo de 2014

SOBRE EL MUSILENGUAJE



Hace un tiempo, después de asistir a un concierto de música clásica con mi gran amiga Cris –un besazo desde aquí-, tuvimos una interesante conversación sobre la relación de la música con el estado de ánimo.

Todos los que amamos la música nos habremos dado cuenta de que hay música que automáticamente nos provoca tristeza y otra, alegría. Los que además, hemos estudiado música, nos dimos cuenta enseguida –es realmente evidente- que los modos menores son lo que relacionamos con la melancolía, la tristeza, el dolor, la debilidad (en su mayoría réquiem, baladas de desamor, romántica…), y los mayores con la alegría, la fuerza, el movimiento (marchas, música de celebración para la monarquía, música nupcial…).

En aquella conversación –una de las muchas donde intentamos entender el mundo a base de vinos- nos preguntamos: ¿cómo es posible que la música nos provoque una cosa tan social como puede ser nuestro estado de alegría y tristeza –en cada cultura éstos estados de ánimo viene inspirada por condiciones muy diferentes y no tienen porqué corresponderse- de forma universal? Si, por ejemplo en oriente y occidente tenemos diferentes lenguajes musicales que no son compatibles el uno con el otro, ¿porqué entonces un acorde menor sigue inspirando tristeza, también a una persona oriental? ¿Será que quizá haya algo más profundo detrás? ¿Será que, quizá nuestra forma de entender y formular la música con el paso de los años no es totalmente casual sino que viene inspirada –quizá de forma muy sutil- por mecanismos de la naturaleza universales a todos como el piar de los pájaros en primavera, el ruido del mar o del viento o un simple arrullo materno?

Bien, pues ayer, cayó en mis manos este artículo, que comenzaba como sigue

Friedrich Nietzsche dijo que, sin la música, la vida sería un error. Franz Liszt afirmó que la música es el corazón de la vida. Incluso Albert Einstein llegó a decir que si no fuera físico, probablemente sería músico, explicando que su violín era lo que más alegría le daba en la vida. Parece evidente que la música juega un papel trascendental en nuestras vidas. Pero, ¿qué sabemos? ¿Cómo nos afecta? ¿Qué pasa en nuestro cerebro cuando la escuchamos? ¿Se ha incorporado a nuestro genoma? Dicho de otro modo: ¿somos los humanos criaturas musicales innatas? 

Ante estas palabras, me lancé a leerlo sin dilación -no dejéis de leerlo si os interesa el tema, porque además está fantásticamente escrito- para acabar corroborando estas sospechas que teníamos: que la música está metida en nuestro código genético de humanidad y que, además, ha formado una parte primordial de nuestra educación desde los primeros años. Repito: estamos hechos de música. Somos todavía más alucinante de lo que pensábamos.

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