viernes, 28 de febrero de 2014

BARES DECISIVOS



Repartidos por toda la geografía mundial, poseo una colección de bares acogedores, repletos de seres anónimos, en los que me siento a mis anchas para pedirme una buena cerveza, sacar una libreta y un bolígrafo y disponerme a hacer mi lista de pros y contras para tomar una decisión. Son lo que llamo los bares de decisiones.

Cuando te ha pasado algo –bueno o malo- y quieres extraer una conclusión de eso, cuando tienes que decidir si hacer A o B, cuando quieres frenar el ritmo, tomar aire y reflexionar sobre lo que ocurre en tu vida, no hay nada como acudir a uno de estos bares. Hasta la cerveza sabe diferente.

Una vez has ordenado tus reflexiones y has sacado una conclusión – o al menos una decisión respecto al próximo paso a tomar- sientes un sensación que yo describiría como euforia serena –además de un cierto mareo dependiendo de los grados de la cerveza y tu estado físico-. Te sientes a gusto en ese despacho improvisado, has metido en un cajón algo que te preocupaba, y tienes vía libre para seguir disfrutando tu vida. Afuera está el mundo al que ya estás preparada para volver. Es uno de los mecanismos más cercanos que tengo a pulsar el pause del mundo.

Casi toda su vida, incluso en los tiempos ásperos de la primera juventud, fue moderado en eso -tal vez la palabra sea prudente, o cauto-, capaz de convertir el alcohol, ingerido por él o por otros, no en enemigo imprevisible, sino en aliado útil; en herramienta profesional de su equívoco oficio, u oficios, tan eficaz según los casos como podían serlo una sonrisa, un golpe o un beso. De cualquier modo, a estas alturas de su vida y camino del desguace irremediable, un trago ligero, un vaso de vino o vermut, un cocktail negroni bien mezclado, aún estimulaban su corazón y pensamientos. 

El tango de la guardia vieja. Arturo Pérez-Reverte

lunes, 24 de febrero de 2014

OTROS PLANOS


Creo que tiene usted razón, señor Faulques, dijo. La tiene en eso de las reglas y las rayas del tigre y las simetrías ocultas que de pronto se manifiestan, y uno descubre que tal vez siempre hayan estado ahí, dispuestas sorprendernos. Y es verdad que cualquier detalle puede cambiar la vida: un camino que no se toma, por ejemplo, o que se tarda en tomar a causa de una conversación, de un cigarrillo, de un recuerdo. 

El pintor de batallas. Arturo Pérez-Reverte.

lunes, 17 de febrero de 2014

PEQUEÑAS FLUCTUACIONES DE LO TOLERANTE

Hoy voy a hablar de un tema al margen de un correo que he recibido de mi amigo Juan –un abrazo desde aquí-, quien tiene la virtud de hacernos reflexionar a la vez que sonreirnos con sus geniales misivas: Vini, vidi, vincit y Al otro lado del telón de acero.

En su correo de hoy, hablaba sobre un artículo titulado “El fin de la tolerancia”. Como por mucho que me esfuerce en mirar ese puñado de letras en ese idioma frío y calculador, no voy a acabar de entender más que un puñado de palabras, me quedo con la sugerencia del título, con este fantástico corto titulado Majorite Opprimée (Mayoría Oprimida)



y con las inspiradoras reflexiones de Juan que copio a continuación con su permiso:

<<El articulo parece bastante interesante, aunque no soy tan listo como para entenderlo todo. Pero si me ha llevado a reflexionar sobre aquello que nuestra sociedad tolera y aquello que no. Por que toleramos algunas discriminaciones, por que esa tolerancia nos lleva a aceptar comportamientos que realmente son salvajadas, pero estan tan a la orden del día que ni lo vemos hasta que nos estalla en la cara. 

Y me pregunto si no podríamos juntos reducir esa tasa de dolor que existe en nuestra sociedad y que parece totalmente innecesaria.>>

Lo cierto es que cuando lo he leído esta mañana, he dado un respingo porque me resulta un tema muy familiar, un tema al que le he dado muchas vueltas, ha aparecido en numerosas ocasiones en diversas conversaciones con amigos inteligentes y audaces… para acabar siempre concluyendo en que existe una intolerancia enmascarada en nuestra sociedad.

Y no me refiero tan sólo a intolerancias de tipo más evidente como puede ser el papel de segundas de la mujer, los inmigrantes o las razas, sino a otras mucho más sutiles. Aquellas que se derivan de la longitud del espectro de cada uno. Por ejemplo, ¿por qué la gente educada y coherente que decidimos pensárnoslo dos veces antes de casarnos, enamorarnos, ser madres/padres tenemos que soportar el goteo incesante de palabreo de gente que lo ha pensado mucho menos que nosotros y encima, no está contento con ello? ¿Porqué si decidimos contestar un "y tú, ¿cuando vas a leer tu primer libro?" o "¿cuando vas a dejar de hacer faltas de ortografía?" la sociedad lo equipara inmediatamente a una falta de respeto pero, por lo contrario decir "se te está pasando el arroz" o "¿cuando vais a por el hijo?" no es más que una broma cariñosa?  ¿Porqué tenemos que seguir cambiando nuestros planes para ir a todas las bodas/bautizos que nos invitan y no para ir a otros eventos “menos importantes” como los cumpleaños de amigos queridos? ¿Porqué se considera muy intolerante decir que prefieres irte de vacaciones con ese dinero y tiempo? ¿Porqué soportamos que alguien hable con el móvil diez minutos sin la menor explicación cuando hemos quedado sólo con una persona y no nos largamos? ¿Porqué cuesta tanto definir el umbral de lo tolerante?

En fin… hay muchas paradojas que poco a poco hemos ido aceptando, y cada vez, de manera más sutil están trazando una desigualdad entre la gente ‘eduacada y respsetuosa’ y la que no. Y ojo, que no hace falta tener un doctorado. Hay mucha gente –a la que reverencio- que respeta las opciones de los demás, vive y deja vivir, a pesar de que nunca han pisado una escuela.

El caso es que hoy me han entrado ganas de juntarnos de nuevo con todos esos amigos respetuosos en torno a unas cervezas y volver a abrir un debate. Como de momento el teletransporte no avanza demasiado, éste puede ser un camino –algo menos cálido, pero más práctico- para hacerlo y como mínimo, acabar llamando las cosas por su nombre.

jueves, 13 de febrero de 2014

IMANTACIÓN



Ella bailaba de forma sorprendente, comprobó de nuevo. El tango no requería espontaneidad, sino propósitos insinuados y ejecutados de inmediato en un silencio taciturno, casi rencoroso. Y así se movían los dos, con encuentros y desencuentros, quiebros calculados, intuiciones mutuas que les permitían deslizarse con naturalidad por la pista, entre parejas que tangueaban con evidente torpeza amateur. Por experiencia profesional, Max sabía que el tango era imposible ejecutarlo sin una pareja adiestrada, capaz de adaptarse a un baile donde la marcha se detenía súbita, frenando el ritmo el hombre, en remedo de lucha en la que, enlazada a él, la mujer intentaba una continua fuga para detenerse cada vez, orgullosa y provocadoramente vencida. Y aquella mujer era esa clase de pareja.

El tango de la guardia vieja. Arturo Pérez-Reverte

domingo, 9 de febrero de 2014

CODO A CODO

Esta mañana he ido a dar un paseo por uno de los cementerios más famosos de París y del mundo: el cementerio de Père Lachaise. Para mí, ir a los cementerios exigen algo de preparación –quizá sea porque desde pequeña tuve contacto directo con la muerte y por tanto, con el ritual de las flores, las plegarias y los entierros- y aunque muchos de ellos sean hoy auténticas atracciones turísticas, nunca me dejan de provocar una mezcla de respeto y pensamientos transcendentales.

Por ejemplo, me resulta sorprendente el pensar que a pocos metros de esos lugares donde se almacena gente que ya no existe, una especia de museo de historia, existen bares, librerías, trenes donde la vida bulle, apabullante. Me resulta chocante este comportamiento humano por el que buscamos desesperadamente –incluso preguntando a los transeúntes- donde se encuentra un determinado escritor, músico o personaje famoso para llegar a una losa con signos visibles del paso del tiempo, muy similar a todas las de su alrededor, con la diferencia de que una gran multitud se agolpa a su alrededor cámara en mano como si esa fuera la prueba definitiva de que no era una cuento, de que menganito existió y ahí está definitivamente –puesto en estos términos, todo esto le da una cierta reminiscencia a Black Mirror-.

La primera vez que visité este museo de la muerte hace siete años, yo también me reencontré con Jim Morrison, Chopin, Oscar Wilde, Edith Piaff o Steffan Grapelli, entre otros. También fui de propio a ver a Cortázar al Cementerio de Montparnasse y volví hace unas semanas a dedicarle mi propia Alegría del Cronopio. Y he de decir que me emocionan ciertos homenajes que se observan cerca de esos lugares –dedicatorias, regalitos, canciones…- Es más, me produce admiración el hecho que alguien, con su arte o su buen hacer, siga emocionando a la gente aún después de muerto. Eso es parte de la magia del arte. Puede perdurar mucho más allá de tu efímera existencia.

Sin embargo, hoy he ido de otro modo a este jardín fúnebre. Me he ido a dar un paseo, a disfrutar el paisaje, a tomar algo de aire fresco en un domingo mañanero salpicado con algún rayo de sol. Y me he perdido sin rumbo fijo por esas calles silenciosas, con edificaciones irreales aliñadas con tremendas ornamentaciones o austeras lápidas. Me he preguntado si las florituras externas de esas piedras se corresponderían con lo buena que fue esa persona, con lo que quiso, con sus sueños, o con sus ilusiones o simplemente con las riquezas de su familia. No he llegado a ninguna conclusión. Me he preguntado si muchas de esas personas –prácticamente anónimas para el 99.9% de los visitantes de este museo- no habrían hecho algo tan digno de admiración como sus vecinos más conocidos. Es más, hasta me he preguntado, si no estarían todos los esqueletos en alguna taberna subterránea elucubrando sobre todo esto.

Así, estas reflexiones me han arrastrado a la noción clara – a veces se poseen verdades instantáneamente más lúcidas que otras- que todos los que hoy día nos conocemos, los compañeros del metro, nuestras personas más admiradas, correremos igual suerte en pocos años. Nos catalogarán con una inscripción y nos archivarán para siempre con un buen montón de tierra encima. Probablemente, nadie se acordará de nosotros en como mucho, cien años, y esa será nuestra historia. Insignificantes y majestuosos al mismo tiempo.

jueves, 6 de febrero de 2014

ROMANTICISMO EXCESIVO


Si queréis ver como sigue, aquí lo podéis ver entero (pagando). Vale la pena.

Al hilo de éste y el post anterior, ya tengo palabra favorita en francés -imagino que temporal, que aún me queda un buen trecho-: grain de beauté (lunar en castellano) que, dicho sea de paso, también en nuestro idioma es un vocablo precioso.

domingo, 2 de febrero de 2014

LENGUA DE TRAPO



Ya no me acordaba la montaña rusa que es aprender un idioma… Por un lado tienes esta sensación eufórica de poder decir algo, de poder entenderte con alguien, de poder obtener algo simple como la hora, o una barra de pan, de que te den una palmadita en el hombro y afirmen que hablas muy bien –aunque sea por pura amabilidad-… Pero por otro, tienes esta vergüenza innata ante esa sonrisa de reconocimiento de un acento extraño de la gente, las caras de asombro cuando la gente no se espera que balbucees algo ininteligible o el nerviosismo que produce el decir cosas lentamente –para los que hablamos a velocidades cercanas a la de la luz, todavía más-.

Además, a todo esto hay que sumarle el lento proceso en el que poco a poco vas recopilando vocabulario nuevo –pero también vas olvidando mucho de lo que aprendes-, vas corrigiendo errores, vas aprendiendo a pronunciar adecuadamente… Te encantaría avanzar mucho más rápido y poder tener conversaciones fluidas, bromas y guiños, sin embargo tienes esa desesperante sensación parecida a haberte hecho un esguince y por lo tanto, ser incapaz de correr rápido…

En fin, que está bien recordar que el camino para conseguir dominar un idioma con soltura es algo incómodo y frustrante: exige quitarse la cuerda de seguridad y lanzarse a recopilar expresiones de extrañeza, simpatía o indiferencia, además de un ligero dolor de cabeza constante durante un cierto tiempo. La recompensa compensa con creces y por eso, la humanidad sigue pasando por esos procesos –de la misma manera que continúa reproduciéndose-. Espero ansiosa el día en que me regocije con mi propio vocabulario.


Gracias a él, descubrí que la predisposición para los idiomas es tan misteriosa como la de ciertas personas para las matemáticas o la música, no tiene nada que ver con la inteligencia ni el conocimiento. Es algo aparte, un don que algunos poseen y otros no.

Travesuras de la niña mala. Mario Vargas Llosa