miércoles, 16 de marzo de 2011

VOX POPULI

Ayer, al más puro estilo estadounidense, tuvimos la clausura de un curso que he hecho este cuatrimestre con un pizza dinner. Básicamente, la cosa consiste en juntarnos en el sitio donde hagan la pizza más grasosa y juntarte con tus compañeros de clase y profesores a charlar un rato.

En este grupo había una mezcla interracial interesantísima y genial. En poco más de veinte personas, teníamos estadounidenses, taiwaneses, coreanos, japoneses, chilenos, venezolanos, iraníes, polacos, suecos o españoles. Todos nosotros hablando una sola lengua –con más o menos acento-, mientras degustábamos un alimento típicamente italiano –aunque totalmente americanizado-.

El caso es que hubo un momento que no pude dejar de observar una característica común en la muestra de ayer. La gran mayora de las chicas estadounidenses –sean de donde sean- tienen un tono estridente y agudo, que provoca un cierto rechazo inicial al parecer gritón y, algo ñoño. Por su parte, los orientales de cualquier sexo conversan con un acento plano –aunque estén muy nerviosos, contentos o acelerados- y un nivel de voz muy bajito, y en cambio, las mujeres europeas e iraníes tendíamos a bajar nuestro tono de voz natural y a elevar la voz.

Recuerdo que hace mucho tiempo mi foniatra me contó que las mujeres españolas bajábamos nuestro tono de voz una media de dos tonos respecto a nuestro tono natural. Según ella –no recuerdo si era su opinión o se basaba en un estudio- esto se debía a que, el hecho de venir de un país de herencia machista, en el que las mujeres debían mostrar su tesón y fortaleza ante las adversidades, había provocado que en general agraváramos nuestra voz para que no nos tomaran por el pito del sereno, vamos.

Esto me hace pensar que las mujeres norteamericanas, quizá han sufrido un efecto contrario… Ellas han vivido en un país en apariencia mucho menos sexista –aunque en realidad EE.UU. es uno de los países más puritanos y arcaicos socialmente que conozco- y por lo tanto, no han sentido la necesidad de luchar contra los elementos y esto ha llevado a un machismo encubierto. Por ejemplo, casi todas las mujeres americanas se proclaman independientes, pero el 99% sueñan con tener un anillo en su dedo cuanto antes mejor, para luego seguir a su marido donde haga falta.

La conclusión parece ser que cuando somos críticos con nosotros mismos, tendemos a buscar la solución –no siempre la adecuada, dicho sea de paso-. Cuando, por el contrario, nos convencemos de que hacemos lo correcto, tendemos al estancamiento, relajación y conformidad. Supongo que lo ideal es un balance entre un criticismo sano y un optimismo revitalizador. La voz nos dará la razón.

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