martes, 25 de enero de 2011

EL INICIO

Estas pasadas vacaciones, en una de las múltiples sesiones de juegos agotadores con mi sobrino –alias el Cuco- no pude dejar de observar lo auténticamente absorbentes que son estos pequeñines. Con tan solo un año y dos meses, cada una de estas personitas, es capaz de camelarse a la gente, repetir juegos si le han gustado, percibir la alegría o la tristeza, reconocerte entre un millón de personas o distinguir un objeto determinado –en su caso, se suele decantar por todo aparatejo electrónico desde móviles a mandos a distancia- aunque esté enterrado bajo montañas de otros objetos varios. Es como si los chiquitines tuvieran superpoderes.



La verdad es que es sorprendente cómo, así como en general los bebés adquieren capacidades conforme crecen, también pierden otras. Dejamos de respirar con el diafragma –nos pasa al 90%-, dejamos de tener visión telescópica, dejamos de distinguir unívocamente las voces, dejamos de reírnos todo el tiempo, dejamos de ser inocentes…

Entonces, ¿es que nuestra vida es una función exponencial decreciente donde el máximo de nuestras capacidades se da cuando nacemos como si fuera un Big Bang? ¿O es que existe alguna ley –probablemente de selección- que nos impida tener demasiados superpoderes? ¿Porqué si nacemos con un cuerpo completamente sano –la mayoría de nosotros- los vamos arruinando con malas posturas, respiraciones incorrectas y ausencia de carcajadas?

Deberíamos ser siempre bebés de espíritu, leñe. Ya estamos todos aprendiendo una lección bien grande del bebito más cercano que esté a nuestro lado.

2 comentarios:

  1. Me gusta la teoria de que seamos pequeños universos en nosotros mismos. Deformacion profesional, eh?

    ResponderEliminar
  2. Anónimo/a: Mmm... Si, supongo que algo de eso hay, si... En el fondo también somos parte de la Naturaleza...

    ResponderEliminar