martes, 30 de noviembre de 2010

A TRAVÉS DEL ESPEJO



En general, todas las vacaciones nos dejan eufóricos, con ganas de seguir viajando, viviendo, absorbiendo paisajes, conversaciones, momentos brillantes, risas y aire fresco en las mejillas…

En algunos pocos casos, además, las vacaciones nos dejan exhaustos. Se trata de una cansancio infinito. Físico -por supuesto- pero también mental –que no intelectual-. Un cansancio que nos pide a gritos que reencontremos unas horas para nosotros mismos, a solas, que nos regalemos un rincón taciturno para entender, asimilar y completar el puzzle de lo que nos ha agitado en el viaje.

Una llamada de auxilio para evitar una sobresaturación de los sentidos, para evitar una amenaza de desbordamiento. Una parada en el andén de la montaña rusa en la que estamos metidos. Una ventana a nuestro propio conocimiento. Una revisión de lo que somos, de nuestros instinto más primarios. Una reorientación hacia lo que queremos crecer.

Viajar –escribió Aldous Huxley- es descubrir que todo el mundo se equivoca. Cuando uno viaja, tus convicciones caen con tanta facilidad como las gafas; sólo que es más difícil volver a ponerlas en su sitio.

Vagabundo en África. Javier Reverte

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