lunes, 8 de febrero de 2010

LIBRES

Si hay algo que adoro en este mundo son esas librerías repletas de libros apilados, a la espera de que alguien los redescubra, ojee sus páginas y se decida a devorarlo. Los libros, como los humanos, necesitan de contacto físico y lo único a lo que temen es las temperaturas en torno a Fahrenheit 451.

Cada vez que exploro una ciudad nueva, intento encontrar la mía –si además, se encuentra una cafetería a juego, mejor que mejor-. A veces, se encuentran por casualidad, cómo la Elliott Bay Book de Seattle, que monopolizó gran parte de mi visita; otras veces te las recomiendan amigos, como la Central del Raval en Barcelona o la Shakespeare and Company de Paris, muchas otras, siempre estuvieron allí, como la Anónima de Huesca, -¡Felicidades, por cierto!- y en algunos casos, te fueron conquistando poco a poco, como The Avid Reader en Davis.

En cualquier caso, esas cuevas de páginas, esos mercaderes de palabras siempre tienen su mercancía más preciosa lista para que las descubramos y la manoseemos. Algún día, yo tendré una de ésas… a la que estáis todos invitados. Mientras tanto, os sugiero sumergiros en el paraíso que más tengáis a mano y regalaros un libro. Si no lo habéis descubierto todavía, os incito a que salgáis a descubrirlo. Hoy mismo. ¿Qué porqué? Me lo contáis, cuando os lo acabéis.

La ventaja de los libros, era que podías apropiarte de las vidas historias y reflexiones que encerraban, y nunca eras la misma al abrirlos por primera vez que al terminarlos. Personas muy inteligentes habían escrito algunas de aquellas páginas; si eras capaz de leer con humildad, paciencia y ganas de aprender, no te defraudaban nunca. Hasta lo que no comprendías quedaba ahí, en un rinconcito de la cabeza; listo para que el futuro le diera sentido convirtiéndolo en cosas hermosas o útiles. Había descubierto fascinada, estremecida de placer y de miedo, que todos los libros del mundo hablaban de ella.

La reina del sur. Arturo Pérez-Reverte.

2 comentarios:

  1. Así que era esto, no?
    Pensé que me ibas a regalar un libro de alguna librería perdida de San Francisco.

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  2. Jose: Jeje... Efectivamente. Era esto. Capto la sutileza pero así de momento, no me viene ninguna librería de éstas en San Francisco... ;)

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